Para corregir el mal gobierno y combatir el terrorismo
En fin, la Tercera en cuestión:
Para corregir el mal gobierno y combatir el terrorismo
Hagamos memoria. A principios de noviembre de 1989, el Muro cayó. Y con él un sistema políticamente autoritario, socialmente opresivo, económicamente ineficaz y culturalmente represivo. La caída del Muro hizo surgir un par de figuras: perdedor y ganador. ¿El perdedor? El régimen y la ideología comunistas. Pero también el socialismo y la izquierda. ¿El ganador? El régimen y la ideología liberales. Pero también el capitalismo y la derecha. Alguien dirá que la derrota del comunismo es inapelable, sin que ello implique la del socialismo. Falso. Comunismo y socialismo colapsan, porque ambos comparten una misma aspiración y unos mismos elementos ideológicos que son a la vez metodológicos. La aspiración: alcanzar una sociedad reconciliada y no escindida. Los elementos ideológicos y metodológicos: el predominio de lo colectivo sobre lo individual, el intervencionismo económico, social y cultural, el afán de redención y el apoyo a los movimientos revolucionarios de liberación de los pueblos oprimidos. Pues bien, comunismo y socialismo se hunden, porque tanto la aspiración como la ideología y la metodología quiebran. Ha costado aceptarlo, pero ahora ya sabemos que el deseo de alcanzar una sociedad reconciliada y no escindida es una quimera de consecuencias perversas, que el predominio de lo colectivo sobre lo individual trincha la libertad del individuo, que el intervencionismo es sinónimo de crisis y, a veces, autoritarismo, que detrás del afán de redención se esconde un modelo de sociedad cerrada, y que la liberación de los pueblos oprimidos vía revolución social generó unas dictaduras y unos dictadores crueles. Por todas estas razones, las así llamadas ideologías emancipatorias son indeseables. ¿Qué alternativa? Hoy cuesta creer en la posibilidad de un mundo mejor que no sea liberalcapitalista. No es este el momento de enfrentarse a la ardua tarea de caracterizar dicho modelo. Pero sí lo es -según imponen las urgencias del presente- de proponer una manera de hacer de orientación liberal que tenga el objetivo de conseguir una vida mejor, libre y segura, mediante la satisfacción de las necesidades humanas y la protección frente al fanatismo y el terrorismo que nos amenazan. Propongo la política de las cosas y el retorno a Hobbes.
La política de las cosas tiene su dogmática y su pragmática. La dogmática: desconfiarás de cualquier ideología y política que ofrezca soluciones para todo y todos; no descubrirás nuevas verdades y paraísos; no diseñarás programas y proyectos en vano. La pragmática: escucharás la voz del ciudadano, aunque no siempre te someterás a ella; no te obsesionarás con el futuro y administrarás el presente de la manera menos injusta posible. La política de las cosas se compendia en el siguiente par de enunciados: eludirás la tentación utópica; buscarás la satisfacción de tus necesidades -también las de los demás: eso es el individualismo racional-, que, en general, son poco o nada heroicas y suelen reducirse -el orden es cosa tuya- a autonomía individual, familia, educación, trabajo, sanidad, convivencia, bienestar, seguridad, amistad, ocio, dinero, etc. La política de las cosas -prosaica como es- no promete nada extraordinario, sólo trata de corregir el mal gobierno y gestionar el presente teniendo en cuenta las necesidades e intereses del ciudadano. En este sentido, quiere hacer realidad -en la medida de lo posible- el viejo sueño del cuidado de sí. Epimelesthai sautou, decían los clásicos. Se admite que no es fácil, a tenor de la diversidad de intereses existentes. Pero lo que se reivindica es menos promesas y más gestión. Y el coraje de decir «no» a lo irrealizable o contraproducente. La política de las cosas o la conciencia del límite.
¿Un pensamiento débil? ¿Un pensamiento flácido? No. La política de las cosas -que ciertamente se vertebra alrededor del escepticismo ideológico y el pragmatismo social- no abandona la convicción. En una situación ordinaria, la convicción se limitaría a lo propio del Estado democrático: libertades, derechos, deberes. Pero ¿qué ocurre en una situación extraordinaria como la que hoy sufrimos por culpa del fanatismo y el terrorismo? Frente a esta coyuntura, sí, hay que defender con fuerza y sin complejos las convicciones básicas citadas; pero se hace necesario entender la naturaleza de lo que ocurre para obrar en consecuencia. Y lo que ocurre es lo siguiente: contrariamente a lo que suele creer la izquierda, no estamos frente a la resistencia de un pueblo subyugado o un país ocupado, sino ante un movimiento que quiere imponer un orden despótico y excluyente -es el caso del fanatismo y el terrorismo étnicos- y quiere destruir la civilización occidental -es el caso del fanatismo y el terrorismo religiosos. Y que nadie busque la causa, porque la causa no existe. En otros términos, el fanatismo y el terrorismo no son el resultado de un problema, sino el problema mismo. En pocas palabras, estamos ante una sicopatología endógena que se alimenta a sí misma con el odio: sea el odio a una sociedad democrática que escoge libremente su destino, sea el odio a una modernidad occidental que gira alrededor de la libertad, el laicismo, la separación entre Iglesia y Estado, la división de poderes, la igualdad de sexos. Esta sicopatología -este odio-, repleta de elementos telúricos, genera una mística violenta -la lucha armada como camino de perfección- y vengadora- la represalia que venga a los mártires- que diviniza y ritualiza el comportamiento criminal. De hecho, se trata de una particular hybris destructiva, que engendra una subcultura de la violencia que obedece la llamada de unos dioses, secularizados o no -la Patria, la Tierra, el Pueblo, el Profeta, los Muertos-, que se traduce en una manera de ser y estar en el mundo que se resume con la siguiente máxima: «Sólo existo en la medida en que extermino a los enemigos de mi pueblo o de mi religión».
Conocido lo que ocurre, hay que retornar a Hobbes. Es decir, aproximarse a un personaje que pedía, sí, el razonamiento ante el conflicto; pero que también quería reconstruir razonablemente la sociedad alrededor de un contrato social que debía establecer un gobierno fuerte con el propósito de salvaguardar al ciudadano de los peligros internos y externos. ¿Qué implica hoy -en una coyuntura marcada por el fanatismo y el terrorismo- la reivindicación de Hobbes? Respuesta: la recuperación del realismo. Recuperación que comporta asumir lo siguiente: no hay que llamar resistencia a lo que es terrorismo; no existe ninguna causa que justifique el fanatismo y el terrorismo; el diálogo nunca puede ser sin condiciones ni límites, hay que realizarlo en el marco del respeto a los derechos humanos y las reglas del Estado de derecho; la reconciliación pacífica de los seres humanos no siempre es posible; la defensa de la libertad y la vida digna -los valores absolutos o universales empíricos del género humano- justifica, a veces, el derecho a la legítima defensa; no hay libertad sin seguridad; para garantizar la seguridad es necesario, en determinadas situaciones, renunciar de forma transitoria a un cierto grado de libertad.
Política de las cosas y reivindicación de Hobbes. Esto es, el derecho a buscar una existencia mejor y el deber de enfrentarse con todas las de la ley a la amenaza y el chantaje terroristas. Se trata, en suma, de aspirar a vivir -no únicamente a sobrevivir- con dignidad y en libertad.
Miquel Porta Perales, Tercera ABC, 3 de noviembre de 2004.
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