Mirada de Occidente

"El mal es bien, y el bien es mal ..." Macbeth, William Shakespeare

domingo, mayo 15, 2005

La valoración de un realista sobre el "programa de la libertad" (II)

Los principios
Un compromiso lúcido con el programa de la libertad debería tener en cuenta los siguientes principios:
- El proceso de democratización no depende de una única decisión y no se completará de golpe. Las elecciones, por deseables que sean, no son más que el principio de una larga empresa. La voluntad de aceptar sus resultados es un obstáculo más serio. La instauración de un sistema que permita a la minoría convertirse en mayoría es todavía más compleja.
- Los estadounidenses deben entender que los éxitos no culminan su compromiso, sino que probablemente lo intensifican. Porque cuando nos involucramos, cargamos incluso con la responsabilidad de las consecuencias inesperadas. Debemos lidiar con esas consecuencias, independientemente de nuestras intenciones originales, y no actuar como si nuestros compromisos fueran tan variables como las encuestas de opinión.
- Las elecciones no son una garantía inevitable de un resultado democrático. Radicales como Hizbolá y Hamás parecen haber aprendido los mecanismos de la democracia para socavarla y establecer el control total.

Estos obstáculos definen la magnitud del desafío. Como la potencia democrática que domina el mundo, debemos equiparar valores a poder, cambio político institucional a necesidades geopolíticas. En los países donde debe llenarse un vacío y están presentes las fuerzas de EE.UU, la capacidad estadounidense para incidir en los acontecimientos es considerable. Sin embargo, ni siquiera entonces es posible aplicar automáticamente modelos creados a lo largo de siglos en las sociedades homogéneas de Europa y Estados Unidos para sociedades étnicamente diversificadas y religiosamente divididas en Oriente Próximo, Asia y África. En las sociedades multiétnicas, el gobierno en mayoría implica la subyugación permanente de la minoría, a menos que exista una sólida estructura federal y un sistema de contrapesos y equilibrios. Para lograr esto mediante la negociación entre partes que consideran la dominación de los demás grupos una amenaza para su supervivencia, es una empresa extraordinariamente esquiva. No obstante, determinará el grado en que pueden alcanzarse los objetivos democráticos en Irak y, en menor grado, en Afganistán.

Líbano ilustra otro aspecto de estas consideraciones. El levantamiento que expulsó a las fuerzas sirias es un testimonio del crecimiento de la conciencia social, pero también del cambio del entorno estratégico. Siria, demasiado débil para resistir presiones internacionales, posiblemente suponga que la retirada finalmente devolverá la situación al caos que instigó su intervención en un principio. En tres ocasiones desde 1958 -EE.UU. ese año, Siria en 1976 e Israel en 1981-, la intervención extranjera aguantó el fuerte en Líbano para impedir que cayera en la violencia y para mediar entre cristianos, suníes, chiíes y drusos. El conflicto interno se ha agudizado más porque el acuerdo constitucional instaurado ya no refleja el equilibrio demográfico real.

A estas alturas, la fuerza motriz en Líbano es menos democrática que populista; es una competición en la cual las facciones organizan demostraciones competitivas parcialmente diseñadas para sobrecoger a sus oponentes. La prueba será si EE.UU. y la comunidad internacional son capaces de diseñar un marco político de trabajo consensuado y si pueden movilizar una presencia internacional para garantizar que las pasiones enfrentadas no vuelvan a estallar en violencia y que las aventuras exteriores sean desalentadas. La clave del futuro de Líbano reside en la fusión de estrategia y valores, en la unión de lo práctico y lo ideal, y no en un énfasis excesivo en lo uno a costa de lo otro.

En Egipto y Arabia Saudí, el vacío es potencial, no real. Una política sabia navegará entre los esfuerzos por vencer el estancamiento y las presiones que disolverán el marco político actual en una competición de facciones radicales o la victoria de una de ellas. La victoria fundamentalista en las elecciones locales de Arabia Saudí ilustra este peligro. Las políticas que fracasen en cualquier sentido podrían convertir a estos países en el talón de Aquiles de toda la política de Oriente Próximo. Estados Unidos ha dejado clara su convicción de que una evolución democrática que refleje aspiraciones populares es una necesidad a largo plazo. Pero todavía no ha definido qué quiere decir con esa frase o cuando habla de un proceso evolutivo apropiado. La revolución en Irán nos da una lección sobre los riesgos de la falta de decisión en los años sesenta y setenta, antes de la revuelta fundamentalista, pero también sobre el peligro de las presiones durante la administración de Carter, que acabaron en un sistema mucho más autocrático que el del Sha. En la gestión razonable de estos problemas hay en juego importantes cuestiones estratégicas, entre ellas la viabilidad de la negociación palestina.

China y Rusia
Por último, está el reto de cómo lidiar con sociedades como China y Rusia, que sólo han recurrido en cierta medida a la tradición política occidental en su transición al mundo globalizado, si es que han recurrido a ella. Hasta ahora sólo han utilizado sus propias historias o sentidos nacionales de identidad como guías. ¿Hasta qué punto y con qué medios puede influir EE.UU. en este proceso? ¿Y en qué sentido? ¿Qué nivel de entendimiento del contexto nacional, influido por siglos de historia, es necesario para generar confianza en los resultados deseados? ¿Qué precio en intereses estratégicos a medio plazo estamos dispuestos a pagar?

Para poner en práctica el programa de la libertad se deben equiparar los valores de la tradición democrática con las posibilidades históricas de otras sociedades. Debemos evitar el peligro de que una política centrada en nuestras percepciones nacionales genere reacciones en otras sociedades, haciendo que se congreguen en torno al patriotismo, y lleve a una coalición de los resentidos contra lo que se percibe como un intento de hegemonía. Paradójicamente, el resultado de una euforia excesiva podría ser el aislamiento estadounidense de las principales tendencias de este periodo.

El presidente Bush ha planteado una visión drástica. El debate nacional ahora debe centrarse en las circunstancias concretas en las que debe llevarse a la práctica. Los grupos no gubernamentales deberían participar en este proceso. Ya que han expresado su opinión sobre la importancia del tema, ahora deberían contribuir al desarrollo de una sustancia responsable. La estrategia para aplicar la visión del programa de la libertad necesita generar consenso, tanto en el plano nacional como en el internacional. Ésa será la prueba de si estamos aprovechando la oportunidad para cambiar el sistema o participando en un episodio.

Se podrá estar de acuerdo con todo lo anterior, o no; pero hay que reconocer que el tio sabe lo que escribe, y encima lo hace bien. Lo de escribir.