Mirada de Occidente

"El mal es bien, y el bien es mal ..." Macbeth, William Shakespeare

domingo, mayo 15, 2005

La valoración de un realista sobre el "programa de la libertad" (I)

Aunque desde aquí nos definamos como realistas, entendemos que, tal y como defendió Hans J. Morgenthau (aquí sus "principios"), la diferencia entre realismo e idealismo es nimia. Pero aun así vamos a transcribir el último artículo escrito sobre la lucha idealistas-realistas de Kissinger.

Si bien no estamos de acuerdo con el hecho de instaurar la democracia por todo el mundo sin ton ni son; que es lo en las primeras líneas ensalza Henry. Al fin y al cabo no nos parece "ideal" pasar de un fanatismo religioso, étnico, o cualquier otro tipo de dictadura, a otro fanatismo muy de moda últimamente: el democrático.

El artículo se ha publicado en el ABC de hoy, día 15 de mayo de 2005; y para que no haya problemas lo hemos dividido en dos:

La valoración de un realista sobre el "programa de la libertad"
Henry A. Kissinger, en ABC 15 de mayo de 2005

Durante los últimos meses se han producido avances extraordinarios de la democracia: elecciones en Afganistán, Irak, Ucrania y Palestina; elecciones locales en Arabia Saudí; la retirada siria de Líbano; la apertura de las elecciones presidenciales en Egipto; y levantamientos contra dictadores afianzados en Kirguistán. Raramente las condiciones han parecido tan fluidas y el entorno tan maleable. Esta grata tendencia fue impulsada en parte por la política del presidente George W. Bush en Oriente Próximo y acelerada por su segundo discurso inaugural, que convirtió el avance de la libertad en el mundo en el objetivo definitorio de la política exterior de Estados Unidos. Los expertos han interpretado estos acontecimientos como una victoria de los «idealistas» sobre los «realistas» en el debate sobre las pautas de la política exterior estadounidense.

De hecho, Estados Unidos es probablemente el único país en el que el término «realista» puede utilizarse como un epíteto peyorativo. Ningún realista serio debería afirmar que el poder se justifica a sí mismo. Ningún idealista debería insinuar que el poder es irrelevante para la propagación de los ideales. El verdadero problema es establecer un sentido de la proporción entre estos dos elementos esenciales de la política. El énfasis excesivo en cualquiera de los dos conduce al estancamiento o al exceso de obligaciones. El progreso de la democracia no se produjo totalmente bajo su propio impulso. Las circunstancias fueron tan importantes como el diseño. Las elecciones en Irak y Afganistán fueron posibles gracias a las victorias militares estadounidenses sobre los talibanes y Sadam Husein; las elecciones ucranianas surgieron de la caída del poder soviético y ruso en Europa del Este; el levantamiento libanés reflejó el aislamiento de Siria tras la caída soviética; y la muerte de Yaser Arafat y la derrota de la segunda Intifada posibilitaron las elecciones palestinas. Por tanto, el debate entre realismo e idealismo suele estar desencaminado.

Bismarck, el realista supremo
La escuela realista no rechaza la importancia de los ideales o los valores. Sin embargo, insiste en sopesar, de forma cuidadosa e incluso neutra, el equilibrio de las fuerzas materiales, junto con una comprensión de la historia, la cultura y la economía de las sociedades que integran el sistema internacional, y sobre todo, de la nuestra. Esto incluye una percepción de la posibilidad de consecuencias no deliberadas. Por ello, el realista supremo, Otto von Bismarck, definió la habilidad política como sigue: «Lo mejor que puede hacer un estadista es escuchar los pasos de Dios, asir el doblez de Su manto y recorrer con Él algunos pasos del camino». Era un ruego de sobrecogimiento ante lo incognoscible, un respeto por la contingencia de las consecuencias no deliberadas (paradójicamente, una doctrina no tanto de poder, sino de humildad y circunspección). En Estados Unidos, esta idea fue captada en la máxima de John Quincy Adams: «No viajamos al extranjero en busca de monstruos que destruir. Somos los que desean la libertad y la independencia para todos. Somos sólo paladines y reivindicadores de los nuestros».

La escuela de pensamiento idealista se muestra impaciente con las restricciones autoimpuestas. No rechaza necesariamente el aspecto geopolítico del realismo, pero lo traduce en una llamada a las cruzadas en nombre del cambio de régimen. Aunque es defendida como una nueva doctrina, la prescripción del cambio de régimen sigue un precedente bien establecido. Fue lo que impulsó las guerras religiosas del siglo XVII, las de la Revolución Francesa en el siglo XVIII y principios del XIX, la Alianza Sagrada, la versión trotskista del comunismo y la yihad musulmana contemporánea. El contenido de la aspiración universal cambia con las circunstancias, pero su premisa de que el orden mundial depende de la adopción general de valores compatibles es constante.

Los realistas juzgan la política por la habilidad para perseverar en la búsqueda de un objetivo por etapas, cada una de las cuales es imperfecta si se juzga según valores absolutos, pero que no se intentaría en ausencia de dichos valores. Los acólitos del idealismo erradican tales restricciones, centrándose en el objetivo último, rechazan el debate contingente de viabilidad con su inevitable componente geopolítico. Los realistas buscan el equilibrio; los idealistas luchan por la conversión. Por eso los cruzados generalmente han provocado más levantamientos y sufrimiento que los hombres de Estado.

El excepcionalismo estadounidense, que se ve a sí mismo como una brillante ciudad sobre la colina, siempre ha insistido en representar valores universales más allá de los dictados tradicionales del interés nacional. En ese sentido, el segundo discurso inaugural del presidente supone una afirmación rotunda de una importante corriente del pensamiento estadounidense sobre la política exterior. En un mundo de yihad, terrorismo y proliferación de armas de destrucción masiva, el presidente Bush propuso un desafío que va más allá de los intereses de cualquier país, y que a su vez podrían adoptar distintas sociedades sin perjuicio para sus propios intereses. Explicó que EE.UU. busca el avance hacia la libertad, no su logro final en un tiempo definido, y que reconoce que la evolución histórica debe ser el fundamento para que cualquier proceso tenga éxito. Basándose en esto, realistas e idealistas deberían avanzar juntos.

Los valores son esenciales para definir objetivos; la estrategia es la que los aplica estableciendo prioridades y definiendo el calendario. La estrategia debe comenzar con el reconocimiento de que el programa de la libertad no hace irrelevante el análisis geopolítico. Hay problemas para los que las estrategias de campaña tienden a errar el blanco. El ascenso de China es un reto geopolítico, no un desafío básicamente ideológico. Las relaciones de Estados Unidos con India son otro buen ejemplo. Durante la Guerra Fría, India no veía ningún imperativo en apoyar la causa de la democracia contra el comunismo. Su interés nacional no se veía afectado por cuestiones como la libertad de Berlín. Ahora India es, en efecto, un socio estratégico, no debido a una estructura nacional compatible, sino por intereses de seguridad paralelos en el sureste de Asia y el Océano Índico, y con respecto al Islam radical.